domingo, 3 de julio de 2011

Sevilla te espera impaciente Señor


No puede ser tu rostro maltratado,
ni tus ojos, ni tu boca sin lamento.
Ni tan siquiera tu pie adelantado
soportando inerte el sufrimiento.
Ni es tu túnica, movida al viento,
haciéndote caminar, lo que nos lleva,
al fondo del alma nuevo aliento
que nos colma de ilusiones nuevas.
Es verte siempre con la cruz cargado,
lo que da luz a las noches de pecado,
avivando la hoguera de la fe.
Y Sevilla, como náufrago salvado,
clamará, agolpándose a tu lado:
¡Señor, Señor, eres Tú mi Gran Poder!



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